domingo, 26 de julio de 2009

La "lesa humanidad" de la Emperatriz

La “lesa humanidad” de la Emperatriz

“Puesto que ya hemos alcanzado este grado de sinceridad, reconozcamos que en los últimos años del reinado de Nuestro Bienhechor los éxitos fueron cada vez menos y los problemas, cada vez más. Y a pesar de todos los intentos, los logros del Monarca no se multiplicaban. Y en el mundo de hoy ¿cómo ganar crédito sin ellos? Claro que queda la posibilidad de inventar, de sumar dos veces, de explicar, pero en este caso los alborotadores se alzan en seguida y lanzan sus calumnias; se ha creado tal clima de perfidia e indecencia que se da crédito a los elementos levantiscos antes que a las palabras pronunciadas desde el trono. Así que su Suprema Majestad prefería desplazarse al extranjero porque allí, tras pronunciar discursos, mediar en los conflictos, recomendar desarrollos, encaminar a los presidentes hermanos por la senda del bien y expresar sus inquietudes y preocupación por el destino de la humanidad, por una parte, se distanciaba de los problemas de su propio país y, por otra, ganaba una bendita compensación en forma de esplendor sublime y de los elogios llenos de buenos deseos de otros gobiernos y otras cortes”

El párrafo que antecede, lamentablemente, no me pertenece; ha sido extraído de “El Emperador”, el magnífico relato con el cual Ryszard Kapuścińki describió la caída de Haile Selassie de Etiopía, el Rey de Reyes, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Muy Altísimo Señor, Su Más Sublime Majestad.

El libro en cuestión, cuya lectura recomiendo efusivamente a todos los argentinos actuales, relata la curiosa realidad bipolar que vivía el país hasta 1974, cuando el Negus, como se lo llamaba en el mundo, fue finalmente derrocado.

Y esa recomendación se impone por la absurda y obscena riqueza que rodeaba al Emperador y a los funcionarios de la corte, a los cuales el monarca repartía prebendas y tierras y hombres, mientras que los súbditos de algunas de las provincias del Imperio morían de hambre por centenares.

Los argentinos nos hemos endurecido de corazón; si bien es cierto que, ante un llamado a la solidaridad, la reacción individual es inmediata, no deja de ser espasmódica y, sobre todo, desorganizada. A la vez, asistimos en riguroso silencio al despilfarro oficial de los recursos públicos, aprovechados también para actividades privadas.

En un país capaz de producir alimentos para 400 millones de personas y habitado sólo por un décimo de esa cantidad, tenemos pobreza, indigencia, hambre, mortalidad infantil, desnutrición, dengue y fiebre porcina.

Carecemos, en los dispensarios, salas de primeros auxilios y hasta hospitales públicos de los más elementales insumos: amén de la decrepitud e insuficiencia de las instalaciones, faltan medicamentos, vendas, algodón, sábanas, productos anestésicos, instrumental quirúrgico, aparatología y, en general, todo aquello que hace a un eficiente y moderno cuidado de la salud.

Hoy mueren, por desatención del Estado, miles de chicos, adultos y ancianos. Mueren de hambre y de frío, de enfermedades perfectamente curables y de endemias erradicables con mínimas inversiones. Para seguir con la línea argumental, debo señalar que esas cifras de mortalidad superan, en mucho, a los muertos y desaparecidos durante el Proceso Militar.

Javier González Fraga, en el programa “A fuego lento”, que conduce Clara Mariño por Canal 26, dijo esta semana que este “modelo” crea ¡5.000 pobres por día!, y se preguntó si era justo o moral que el esquema vigente se mantuviera por dos años y medio más.

La Emperatriz y su jefe, que se llenan la boca hablando de los derechos humanos -sólo de los que murieron en uno de los frentes combatientes-, no tienen el menor reparo en condenar a muerte a sus compatriotas más humildes. Y lo hacen con una eficiencia mayor que si usaran balas.

Si sólo destinaran a estos menesteres las enormes sumas que gasta doña Cristina en trasladarse, a todo lujo, al exterior, cuando podría hacerlo como la gente normal, como sus colegas Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo, Alan García o Rafael Correa, otro sería el panorama. Baste pensar que cada viaje de la Emperatriz a Europa o a Estados Unidos nos cuesta a todos un millón de dólares, entre alquiler de aviones, suites de hotel fantásticas, comidas y hasta desmedidas propinas.

El viernes pasado trascendió un video
[1] en el cual el Presidente de Ecuador comenta, riéndose a gritos, el lujo del Tango 01 que, sin embargo, la Emperatriz no usa demasiado a menudo por considerarlo inseguro.

Carezco también de las cifras invertidas, semanalmente, en los traslados de la familia imperial al Calafate, con su enorme movimiento de aviones, helicópteros, automóviles y nubes de custodios de la seguridad del clan y de sus funcionarios y cómplices, pero no dudo acerca de su magnitud relativa, pero basta recordar que nunca viajan en el mismo avión por seguridad.

Asimismo, sería distinto el escenario si se destinaran a esas erogaciones las ingentes sumas que el Gobierno gasta, todos los días, en publicidad para mentirnos acerca de los actos oficiales y de los proyectos faraónicos nunca encarados. ¿Cuántos problemas podrían encontrar solución si se les destinara un presupuesto de US$30 millones?

Esos dos ejemplos bastarían para que cualquiera de los damnificados directos por estos inicuos procederes llevaran a doña Cristina y a don Néstor a los estrados tribunalicios, acusándolos de abandono de persona y de genocidio, con el grado de “lesa humanidad” al cual son tan afectos, puesto que se cometen desde el Estado contra un sector perfectamente definido de la sociedad.

Y la responsabilidad, más allá de la última del Estado mismo, recae en los funcionarios a título personal, es decir, en aquellos que, como individuos, deben cumplir con los deberes a su cargo, comenzando por doña Cristina.

Si algún día pudiera calcularse a cuánto llegan los montos involucrados en la corrupción –sobreprecios de obras públicas, retornos en los subsidios, discriminación impositiva a favor del juego, negociados de todo tipo, compras de todo lo imaginable- que Argentina paga todos los días, tengo la más absoluta seguridad que bastaría y sobraría para mejorar, en mucho, la alimentación y la atención de la salud de los sectores más excluidos de nuestra sociedad.

Resulta notable, e indignante, que en la agenda del falso diálogo al cual la Presidente ha convocado figure en primer término una reforma política importante, sí, pero que sólo será utilizada –si prospera- dentro de dos años y medio, mientras se ignora la catástrofe social que está sufriendo hoy mismo nuestro pueblo.

Y, como digo, los responsables son ambos, doña Cristina y su mandante, puesto que, al decir de ellos mismos, este fabuloso y exitoso “modelo de inclusión” comenzó en 2003.

Hoy, más que nunca, lamento que Kapuścińki haya desaparecido, pues hubiera sido el periodista ideal para contar al mundo acerca de don Néstor y de doña Cristina, de los Ulloa, de los Jaime, de los De Vido, de los Báez, de los Cristóbal López, de los Eskenazi, de los Uberti, de los intendentes Méndez, de los Mercado y de todos los integrantes de esta banda ante la cual, no tengo dudas, Alí Babá hubiera muerto de envidia.


Bs.As., 26 Jul 09

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