martes, 25 de agosto de 2009

Abusos contra una sociedad apática

Abusos contra una sociedad apática

“Ningún pueblo, ninguna época, ningún hombre de pensamiento se libra de tener que delimitar, una y otra vez, libertad y autoridad, pues la primera no es posible sin la segunda, ya que en tal caso se convierte en caos, ni la segunda sin la primera, pues entonces se convierte en tiranía”
Stefan Zweig


Todavía, y a pesar de haberme esmerado, no he conseguido entender a qué se debe que la gente, en general, no reaccione ante los permanentes abusos de poder que, diariamente, cometen los Kirchner.

El estilo de confrontación puesto en práctica, desde 2006, por la pareja imperial que nos gobierna sólo pudo tener éxito en una sociedad como la argentina, sumergida en la apatía y en el desinterés, manifestada en una oposición invertebrada e incapaz.

Ante esa real “nada”, se yergue la figura de don Néstor -representado hoy por su mandada, doña Cristina- que carece de prejuicios y de límites a la hora de ejercer el poder concentrado, lo cual le permite ocupar, aún después del cachetazo electoral del 28 de junio, el centro de la escena.

El resto de los actores, sean éstos políticos, legisladores, dirigentes gremiales o agropecuarios, líderes espirituales, periodistas y “opinólogos” nos limitamos a bailar al son que Kirchner decide, en cada momento, tocar.

Resulta altamente llamativa la falta de reacción de la sociedad entera frente a medidas gubernamentales, inclusive aquéllas que golpean al bolsillo o que ofenden a principios fundamentales de nuestra escasa red de vinculación social.

Hemos permanecido como espectadores pasivos cuando el ex Presidente decidió, en 2006, prohibir las exportaciones de carnes, aún sabiendo que tal medida era perjudicial para el país entero y absolutamente falsos los argumentos esgrimidos para su dictado.

Lo mismo hicimos cuando, en 2007, y absolutamente a dedo, designó a su mujer como su sucesora, transformando a nuestra débil democracia en una fuerte tiranía.

Impertérritos, asistimos a los retos y diatribas que, desde el atril, se derraman diariamente sobre sectores enteros de la sociedad, aún cuando se trate de aquéllos que, de una forma u otra, encarnan los últimos reductos de la libertad.

Hicimos intentos, muy suaves por cierto, de acompañar al campo cuando fue atacado sin piedad por don Néstor, pese a que, por su capacidad de innovación y su dinamismo, puede compararse, en nuestras latitudes, a los pozos de petróleo de los árabes. Hoy hemos abandonado hasta esas mínimas actitudes de dignidad, para permitir que la destrucción de nuestro interior y de nuestra maquinaria agrícola se consume.

Tampoco reaccionamos cuando fueron robados los ahorros de quienes, al calor de una legislación vigente, habían dejado de confiar en el sistema público de seguridad social. Hoy asistimos, impávidos, al mal uso de esos recursos, pese a que, por experiencia, sabemos del saqueo al que fueron siempre sometidos los fondos provisionales, y las consecuencias que ello continúa acarreando a la clase pasiva.

Hemos tolerado, riéndonos, del mal trato propinado por nuestros presidentes –los Kirchner- a todos los países y a sus mandatarios, con las obvias excepciones de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba, actitudes que nos han hecho desaparecer del mapa del mundo, especialmente en lo que a inversiones extranjeras se refiere.

Hemos visto y comprobado los peores actos de corrupción que recuerda la historia de nuestra país, comenzando por los famosos fondos de Santa Cruz, sin que se nos mueva un pelo ni exijamos a los jueces actuar en consonancia.

Por ignorancia, desoímos las voces de alerta que sonaron cuando don Néstor reformó la estructura del Consejo de la Magistratura para someterlo a su control directo, y cuando hizo lo propio con todos y cada uno de los organismos de control.

Hemos tolerado, ad nauseam, el manejo discrecional de la pauta oficial de publicidad, pese a saber que la supervivencia de los medios de prensa depende, en gran medida, de su reparto neutral.

No se nos movió un pelo cuando la actual Presidente vetó la Ley de Protección a los Glaciares, pese a que había sido sancionada, por unanimidad, en ambas cámaras del Congreso. Según parece, nuestra actitud será similar hoy mismo, cuando doña Cristina, fiel cumplidora de las órdenes de don Néstor, acaba de vetar la Ley de Emergencia Agropecuaria, que había recibido idéntico tratamiento en el Parlamento.

Qué decir de nuestra reacción frente al uso de los bienes oficiales y públicos por ciudadanos privados, o frente a las candidaturas “testimoniales”.

Impávidos, escuchamos a ex funcionarios de toda laya explicar los manejos intra Gobierno, pese a que nos enteran, oficialmente, del espionaje al que estamos sometidos los ciudadanos de este país.

Nadie pregunta por qué exportamos fueloil de alta calidad e importamos, de Venezuela claro, uno de pésima, absolutamente contaminante. Ni por qué nos “desendeudamos” con el Fondo Monetario, al cual pagábamos con una tasa de interés de “amigo” para pedir dinero a Chávez, que nos presta usurariamente.

Ni por qué los socios de don Néstor en el juego reciben concesiones extendidas hasta el 2023, con la insólita condición (¡vaya sacrificio!) de poner más tragamonedas en el Hipódromo de Palermo.

No nos inquietamos cuando los Kirchner prometen obras de todo tipo, feedlots fantásticos o planes de empleo irrealizables, aún sabiendo que no tienen caja para cumplir.

Vemos, día a día, como la voracidad del poder centralizado ahoga a las provincias –lo cual las obligará a emitir, nuevamente, patacones y otros bonos de nombres ridículos- para disciplinar a sus gobernadores, y ni siquiera los del interior se enojan.

Tampoco cuando operadores del Gobierno “borocotizan” legisladores y mandatarios provinciales, ni cuando montan operaciones falsas y denigrantes contra candidatos, que resultan pocos días después evidenciadas.

Permitimos, abúlicos, que nuestra gente se empobrezca y se muera de hambre y de falta de atención, mientras se gastan sumas siderales –al día de hoy, ya $ 400 millones- en el fútbol “gratis”.

No nos inquieta que el Estado intervenga, a veces hasta retroactivamente, en los contratos privados, o cuando opera sobre los gremios para hostilizar a concesionarios públicos, o cuando se les congelan las tarifas mientras se les exige inversiones, pese al perjuicio que todo ello implica para la seguridad jurídica, cuya inexistencia nos priva de las indispensable llegada de capitales externos.

No nos quejamos de los Kirchner, a pesar de que sus insanas políticas nos han dejado ya sin petróleo, sin gas, sin luz, sin carne, sin trigo, sin maíz, sin crédito y fuera de todos los mercados internacionales.

Ni siquiera nos impresiona la comprobación del desprestigio que el nombre de la República Argentina se ha ganado en el mundo entero desde que esta nefasta pareja llegó a la Rosada.

Y, si seguimos así, tampoco reaccionaremos contra una nueva Ley de Radiodifusión, la nueva arma elegida por el Gobierno para su guerra contra Clarín, que implicará nuevas concesiones de poder a Kirchner, o contra las leyes de arrendamientos rurales y de locaciones urbanas, ambas gravísimas para el futuro.

Para concluir, me permito introducir aquí un viejísimo cuento: dicen que, en la época de los zares, se llevó a cabo un progrom contra una aldea judía en la frontera oeste del Imperio, la cual resultó totalmente destruida y todos sus habitantes muertos. Sólo un hombre sobrevivió, y se lo veía después gritando en la estepa: “Vosotros, que quemasteis nuestros campos y aldeas; vosotros, que violasteis a nuestras mujeres y a nuestras hijas; vosotros que matasteis a nuestros parientes y amigos … no abuséis, no abuséis …”

Creo que ha llegado la hora de preguntarnos qué nos sucede, qué fue lo que nos convirtió en esta masa informe, acostumbrada por décadas a recibir toda clase de golpes, a esta salvaje costumbre del “sálvese quien pueda”. Hasta que tal cosa no suceda, hasta que tomemos acabada conciencia de qué somos y qué debemos hacer para dejar de serlo, no tendremos destino alguno.

Bs.As., 25 Ago 09

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