domingo, 25 de septiembre de 2011

Hitler en la Rosada

Hitler en la Rosada













“El caudillo es, aún, el temido padre primitivo. La masa



quiere ser siempre dominada por un poder ilimitado. Ávida



de autoridad (…) tiene una inagotable sed de sometimiento”



Sigmund Freud





La semana que terminó estuvo signada, amén de distintos componentes económicos externos sobre los cuales hablaré al final de esta nota, por tres hechos, más que significativos, que desnudan en qué consistirá la “profundización del modelo” que un exabrupto de don Roberto Felletti, actual Secretario de Hacienda y futuro Diputado Nacional, nos hizo conocer como programa del futuro período presidencial de doña Cristina Fernández de Kirchner.

Que todos esos episodios recuerden a la construcción del “relato” hitleriano, que puso en marcha Joseph Goebbels, no es una mera coincidencia. Me refiero, obviamente, a la censura que don Guillermito Moreno quiere implementar, a un curioso convenio firmado por el Ministro de Educación y el Presidente de Telam, y a una nueva materia que ha pasado a integrar el ciclo básico en la Universidad Nacional de José C. Paz, en el Conurbano bonaerense.

El inefable y patotero Secretario de Comercio Interior no tuvo mejor idea, para ocultar la inflación que, día a día, se come los ingresos de todos los argentinos pero, en especial, de los más pobres, que aplicar multas a las consultoras económicas que llevan estadísticas privadas sobre ese flagelo y cuyos resultados mensuales, como sabemos tanto yo como cualquier ama de casa, duplican las fantasías del Indec.

Los analistas afectados por esas multas –curiosamente, fue excluido de ellas el encuestólogo oficialista Artemio López- silenciaron, en general, sus voces, que desafinaban con el “relato” de don Moreno y de don Amadito Boudou, el Ministro de Economía quuien, para no hablar de inflación, la llama “tensión de precios”.

Frente al prudente y natural miedo de las empresas y de sus titulares, se levantó gran parte de la oposición en la Cámara de Diputados, que comenzó a difundir su propio índice, confeccionado a partir de los estudios realizados por esos particulares.

En el ínterin, don Moreno había denunciado criminalmente a algunas de esas consultoras –Melconian, Ferreres, etc.- por la presunta comisión del delito de “agiotismo” ya que, según él, los analistas mentirían al medir la inflación para favorecer a los tenedores de bonos ajustables por esa variable, y a los bancos, que lucrarían subiendo las tasas de interés.

Llamativos argumentos, ya que la enorme mayoría de esos bonos están, naturalmente, en manos de tenedores locales. ¿Alguien se imagina a un extranjero invirtiendo en bonos emitidos en pesos argentinos?

Pero no paró allí la vocación censora de don Guillermito. Pidió al Juez interviniente que requiriera a los diarios los datos personales de los periodistas que escriben en ellos sobre economía. El joven magistrado a cargo de la investigación, Dr. Alejandro Catania, con una celeridad inusual entre sus pares, hizo suyo tal pedido, con la presunta intención de llamarlos como testigos a la causa.

En esta extraña Argentina kirchnerista no resultaría sorprendente que, con posterioridad, esos mismos periodistas fueran imputados de similar delito por el vehemente y belicoso Secretario de Comercio.

El segundo hecho, el convenio entre Educación –ministerio a cargo de don Alberto Sileoni- y la agencia Telam, cuya Presidencia ocupa don Martín García –ícono de esa nueva categoría denominada “prensa militante”-, es aún más siniestro, si cabe.

En efecto, el objeto del convenio es que los estudiantes secundarios argentinos que han recibido –o lo hagan en el futuro- las notebooks que regala el Gobierno reciban, gratuitamente, los contenidos que produce la agencia, que ha dejado de ser “oficial” para transformarse en “oficialista”. La inocultable intención de colonizar, culturalmente, a los jóvenes recuerda con toda nitidez a las juventudes nazis que formaba el Ministro de Propaganda del III Reich quien, en lugar de computadoras, regalaba radios con igual propósito.

Finalmente, en absoluta sintonía con lo anterior, le cuento que, en la Universidad Nacional de José C. Paz, en la tierra del Intendente Mario Ishii –el mismo que, para irse de vacaciones, dejó en su puesto a su mamá-, se ha incorporado, como materia del ciclo básico y, por tanto, obligatoria, “Filosofía Kirchnerista”.

Más allá de poder discutir si el Gobierno tiene una “filosofía”, nuevamente aparece claro qué pretenden hacer doña Cristina y don Amadito con el país, en qué clase de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Nicaragua pretenden convertir a la Argentina, una vez que su triunfo sea confirmado el próximo 23 de octubre.-

Porque, si una vez más las mediciones de opinión política tienen razón, la viuda de Kirchner será reelecta por un porcentaje mayor que el que obtuviera en las primarias de agosto. Con esos guarismos, y la suma de voluntades que le aportarán –ya lo están haciendo- las flamantes y férreas convicciones de algunos ex-opositores, la señora Presidente contará con mayoría propia –quizás, hasta las especiales- en ambas cámaras del Congreso.

Si se suma a ello la genuflexa conducta del Poder Judicial, encabezado por una indigna Corte Suprema que, ni siquiera, ha pedido explicaciones a uno de sus miembros por la descubierta propiedad de seis prostíbulos ni ha impuesto el cumplimiento de una sola de sus sentencias, doña Cristina contará, a no dudarlo, con la suma del poder público.

Esas intenciones –está tan confiada en su triunfo que ha decidido desnudarlas aún antes de las elecciones- describen, con total precisión, qué le espera a las libertades individuales en la Argentina a partir de hoy mismo. La abulia y la anomía de la ciudadanía, ahíta de consumo y de deudas, permitirá que eso resulte posible mientras el viento de cola continúe soplando sobre la economía.

Sin embargo, hay preocupantes nubes en el horizonte internacional porque, para subsistir, este demencial “modelo” requiere de un financiamiento que ya ha agotado a todas las cajas hasta hoy saqueadas; me refiero, obviamente, a las reservas del Banco Central, a la cartera de crédito del Banco Nación, al fondo de sustentabilidad de la Anses y a los ahorros privados confiscados en las AFJP’s.

Para continuar con la actual expansión del gasto, el Gobierno deberá recurrir a otros caminos extraordinarios, ya que tiene vedado el acceso a los mercados voluntarios de crédito internacional. Tales senderos parecen conducir sólo a la estatización del comercio de granos o al saqueo a las obras sociales sindicales; ambas posibilidades serán, necesariamente, frentes de tormentas complicados.

Pero, como dije, en materia externa la situación se está complicando rápidamente, ya que la crisis de 2008, que comenzó como estrictamente financiera, ha llegado a la economía real y, con ello, está destruyendo las bases de nuestra prosperidad.

Para poder continuar comprándonos soja a precios crecientes –se dice que el “modelo” necesita que suba 20% por año para resultar sustentable sin ajuste-, tanto China como India necesitan poder vender sus propios productos. Lo hacen, claro, a los Estados Unidos y a Europa, cuyas economías están siendo vapuleadas gravemente por la crisis. A mero título informativo, la soja bajó US$ 60 por tonelada en estos días.

Además, la Argentina necesita poder seguir exportando a Brasil, que ha devaluado su moneda, en lo que va del mes de septiembre, en un 15%; es decir, nuestros productos se han encarecido allí en ese porcentaje.

Si esas nubes amenazadoras se transforman en realidades, no habrá blindaje nacional que valga, y el golpe a nuestra situación será muy grave. El humor nacional volverá a girar entonces, esta vez en contra del Gobierno. Éste lo sabe, pero no parece que el equipo económico, más allá de tocar la guitarrita para amenizar las reuniones de La Cámpora, tenga capacidad y tiempo para enfrentarlo.












Bs.As., 25 Sep 11

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domingo, 18 de septiembre de 2011

Sociedad degradada

Sociedad Degradada



“La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer.

La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer”.

Antoni Gala


Si a uno de nuestros máximos jueces se le prueba que es propietario de lugares donde se ejerce la prostitución, y no renuncia; si la única arma de la que parece disponer la oposición para intentar evitar la catástrofe electoral es un parricida estafador; si el organismo ícono de los derechos humanos se transforma en una empresa constructora al servicio del Gobierno; si una obra es anunciada seis veces y su inexistencia se cobra la vida de muchos argentinos, y si una de las principales vedettes es un hombre que también es madre, debemos confesar que hemos dejado de ser “un país en serio”.

Es curioso lo que está sucediendo, por ejemplo, en relación al sentimiento generalizado hacia el extranjero. Por una parte, parece que nos estamos convirtiendo en una sociedad xenófoba –basta con estudiar el proyecto de ley de tierras, que priva a los no argentinos del derecho constitucional a poseer superficies importantes- y, por el otro lado, todos los días abrimos con mayor generosidad y con mayor irresponsabilidad nuestras fronteras a los inmigrantes de todo tipo.

El proyecto mencionado es, a todas luces, una estúpida maniobra populista y, a la vez, la semilla de la transferencia de grandes propiedades rurales a los amigos del Gobierno; como es obvio, cuando la cantidad de clientes posibles disminuyen, los precios de los bienes bajan. Los pseudo nacionalistas locales, tan funcionales al oficialismo en tantos y variados temas, parecen creer que los extranjeros –que, además, sólo poseen hoy el 3% de la superficie- darían a la tierra un uso distinto a los nacionales o, forzando la hipótesis, que podrían enrollarla cual alfombra y llevársela.

Recuerdo que, hace relativamente poco, una imbécil cadena de mails llamaba a oponerse a una supuesta operación que, a través del llenado de las bodegas de los buques que volvían en lastre a Europa con agua potable del Paraná, en realidad estaba saqueando ese recurso natural que, según se dice, pronto faltará en el mundo. Si el autor original de ese dislate se hubiera sentado a pensar, habría descubierto que todas las bodegas que se encuentran por año en esa situación equivalen al caudal que ese río lleva al mar en menos de una hora.

Porque, en el fondo, la tierra y el agua son nada más que dos armas más que los argentinos suponemos en manos de los poderes universales que quieren perjudicarnos, sin percibir que tal conspiración en nuestra contra no es necesaria, que para destruir a la Argentina nos bastamos y sobramos los ciudadanos de este martirizado país.

Desde el otro ángulo, como dije, nos hemos convertido, por obra y gracia del “kirchner-cristinismo” –que busca y obtiene miles de votos con esa política- en el país que, en todo sentido, tiene más inexistentes fronteras.

No sólo por la porosidad de las mismas al tráfico de todo tipo de drogas y dineros non sanctos sino por la demencial manera en que los argentinos actuales conducimos lo que debiera ser una política migratoria. Desafío al lector a encontrar una sola nación en el mundo, con excepción de la Argentina, que no imponga requisito alguno al ingreso y permanencia de extranjeros en su territorio.

Es claro que esa falta de exigencias ha hecho que hoy nuestro país se vea inundado de inmigrantes sin formación de ningún tipo, pobres marginados en sus propias tierras, que nada pueden aportar a nuestro país y que, por el contrario, demandan de él la atención de sus necesidades básicas insatisfechas en materia de salud, educación, transporte y vivienda.

También debe reconocerse que esa negligencia migratoria es funcional a la política, que rápidamente transforma a los recién llegados en clientes del poder de turno, los documenta y exprime de ellos los votos necesarios para perpetuarse, mientras la bonanza económica siga vigente.

Ayer, los periódicos publicaron una noticia sorprendente, que refleja con exactitud el problema al que me refiero. Sonia Quisberth Castro, boliviana y con un hijo discapacitado, demandó a la ciudad de Buenos Aires para que ésta fuera obligada a entregarle una vivienda. La señora Castro, además, recibe cuatro beneficios mensuales: uno porteño, de $ 1.700, para pagar su pensión; una pensión nacional, de $ 833, por la discapacidad de su hijo; otro, también porteño, de $ 270, como ciudadana de la ciudad; y, finalmente, otro más, de $ 200, de un programa especial. En resumen, la dama en cuestión percibe, mensualmente, la suma de $ 3.003 y, además, ¡cree que la ciudad debe darle una vivienda!

Los hospitales de Buenos Aires están totalmente colapsados pues, prácticamente con la misma infraestructura, deben atender no solamente a sus habitantes sino a los hombres, mujeres y niños que llegan desde los países limítrofes en pos de una medicina pública de la carecen allí sino, además, gratuita, o sea, solventada con los impuestos que tributan los porteños.

Los colegios públicos, primarios y secundarios, y las universidades nacionales tienen, exactamente, el mismo problema, ya que están superpoblados y, conseguir una matrícula en ellos, se ha transformado en un calvario del cual pueden dar fe innumerables madres de la ciudad y el Conurbano.

Por lo demás, esos desarraigados que llegan en tropel a nuestra Argentina, en general, terminan engrosando la población de las villas de emergencia, que crecen desmesuradamente en superficie y en altura, o durmiendo a la intemperie, en calles y plazas. En muchas de esos asentamientos, como ya lo denunciara el Padre Pepe, la droga y la delincuencia han sentado sus reales y, desde allí, se trafica, se secuestra, se roba, se mata y se muere. El tristemente llamado “caso Candela” parece ser una muestra de esa situación.

Los jueces han dejado de aplicar las leyes vigentes, que no precisan de modificación alguna para corregir estos males, y los policías de todo pelaje y color se muestran aterrados ante la posibilidad de reprimir el delito, y verse acusados ante los Tribunales por hacerlo con eficiencia.

La impunidad con que la historia ha premiado los escandalosos latrocinios cometidos por personajes públicos, con la consecuente disparidad ante la ley que ello implica, es un factor más de disgregación social, entronizando el principio del “sálvese quien pueda”. ¿Cómo se puede exigir buena conducta a una sociedad que habilita a personajes como Carlos Menem, Ricardo Jaime, Felisa Miceli, Sergio Schoklender, Hebe Bonafini, a continuar en libertad después de robar como lo han hecho? ¿O permite que Ricardo Lorenzetti, Eugenio Zaffaroni u Norberto Oyarbide continúen haciendo como que imparten justicia? ¿O tolera que terroristas y asesinos confesos como Horacio Verbitsky, Carlos Kunkel y Eduardo Luis Duhalde ejerzan cargos públicos?

Para brindar seguridad, uno de los principales reclamos ciudadanos, la Ministro del ramo no ha tenido mejor idea que retirar gendarmes y prefectos de nuestras fronteras para cubrir las zonas más calientes del Gran Buenos Aires. Con ello, obviamente, las ha desguarnecido más aún y, si hasta ahora se podía pasar a través de ellas con automóviles con droga, ahora se podrá hacerlo en camiones con acoplado y embarcaciones de todo tipo.

Del transporte aéreo de estupefacientes, ni hablar. Porque el inefable don Anímal Fernández, el payaso autor de tantas nuevas zonceras argentinas, nos ha enseñado que instalar radares para detectar la presencia de aeronaves contrabandistas no es la solución -¿cuál será, entonces?- y la eventual sanción de una ley que autorice a derribarlas no solamente no ha sido impulsada sino que, si lo fuera, no habría aviones para hacerla cumplir.

Nuestra terrible anomía, esa que denota la ausencia de normas sociales de comportamiento, de convivencia y de solidaridad se constata día a día, en un ejemplo simplísimo, con sólo observar cómo tratamos los argentinos al espacio público o, mucho peor, cómo nos llevamos de la economía argentina tres mil millones de dólares por mes actualmente.

Nuestra falta de respeto a los demás, que nos permite estacionar en cualquier parte y a cualquier hora, aunque entorpezcamos el tránsito o impidamos el uso de las rampas para discapacitados, transformar la calle en un basural, bloquear sendas peatonales o de bicicletas, estropear sin remedio parques y plazas, destruir o robar monumentos y placas de todo tipo, fabricar productos malos y caros porque el Estado nos protege, y miles de etcéteras que todos conocemos, no puede ser más que un claro reflejo de nuestra peculiar forma de ver y entender la cosa pública.

Trasladada esa anomía a la política, se puede comprender mejor el marcado desinterés que ésta genera en la gran mayoría de los ciudadanos. Es cierto que la corrupción imperante ha hecho que se perciba como ladrón a todo aquel que incursiona en ella, pero habla muy mal de nosotros que permitamos, día tras día y década tras década, que nuestros bienes más preciados –el país, la ciudad, el barrio, nuestra casa, nuestra educación, nuestra salud, nuestra seguridad, nuestra propia vida- sean administrados por cafres, por los peores elementos de nosotros mismos, que lucran desembozadamente y que sacrifican inexorablemente el futuro.

Sólo un compromiso personal, activo, militante y corajudo de todos los argentinos podrá impedir que la curva que marca el camino de nuestra degradación como sociedad continúe descendiendo hacia el infierno.

Brasil y Colombia pudieron hacerlo, cuando fueron atacados por los mismos virus que hoy conviven entre nosotros; México paga hoy, con sus cincuenta mil muertos, el haber ignorado el problema hasta que fue muy tarde para resolverlo. ¿Cuál será, entonces, el futuro de la Argentina?

Lo malo es el lugar desde el que ahora partimos para esa batalla que deberemos dar. Nuestro país es casi el único Estado –acompañado por Venezuela y algunas naciones africanas- que se ha derrumbado tan catastróficamente, cualquiera sea el cristal con que se lo mire.

Porque, si bien es cierto que estamos mucho mejor, en materia económica, que en la crisis de 2001, la película de los últimos setenta años de historia nacional debería ingresar en el género terror.








Bs.As., 18 Sep 11






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domingo, 11 de septiembre de 2011

Cataclismos inocuos

Cataclismos inocuos







“La libertad se pierde cuando se empieza a temer”
Felipe González







El domingo pasado, en “Hora Clave”, el ecuatoriano Durán Barba relató que, cuando estalló el escándalo Shoklender-Bonafini, sus mediciones permanentes para el PRO denotaban que doña Cristina no había perdido un solo voto por ello.

Muchas veces me he preguntado a qué se debe que la sociedad no reaccione frente a los gigantescos episodios de corrupción pública que este Gobierno va dejando en su estela, mientras continúa su navegación sin problemas de imagen en el horizonte. Cómo esas revelaciones, que en cualquier país “en serio” serían verdaderos cataclismos, en la Argentina se transforman en meras brisas que no consiguen alterar el derrotero del “cristinismo” hacia el triunfo de octubre.

Obviamente, las respuestas pueden ser muchas pero, a mi entender, la que más se acerca a la verdad es que, tratándose la nuestra de una sociedad tan cotidianamente corrupta –los ejemplos abundan, y van desde la falta de respeto a todas las normas de tránsito, a la basura que arrojamos a la calle, a la falta de cuidado del espacio público, a las coimas a policías para evitar multas o a boleteros para obtener mejores ubicaciones, a la extorsión de los “trapitos”, a los acampes y piquetes- toleramos la corrupción de nuestros gobernantes porque justifica la nuestra. Recordemos que los pueblos no tienen el gobierno que se merecen sino el gobierno que se les parece; si los argentinos nos parecemos a nuestros gobernantes, ¡qué mal estamos como sociedad!

De todos modos, no deja de ser curioso –o tristísimo- cómo nos comportamos (en realidad, cómo dejamos de hacerlo) frente a hechos tales como las valijas de Antonini Wilson, los aviones y yates de Ricardo Jaime, los departamentos y motos de Boudou y Bossio, el incremento fenomenal e inexplicable de la fortuna “blanca” de los Kirchner y muchos de sus cómplices y parientes, la compra por bicocas de terrenos fiscales en el Calafate, la mafia de los medicamentos, la apropiación de los ahorros privados en las AFJP’s, la notoria “bastardización” del tema de los derechos humanos, la droga en los aviones de Southern Winds, la “embajada paralela” en Venezuela, el emporio de las facturas “truchas” de Skanska, el exponencial crecimiento de la inseguridad en razón del tráfico de drogas, la bolsa en el baño de Felisa Miceli, etc., etc., etc..

Don Sergio Shoklender otorgó a la revista “Noticias” de este sábado una prolongada entrevista, en la que desarrolló su propio “relato” que, sin creérnoslo demasiado, nos permite avisorar otra muestra de la forma en que el Gobierno maneja los dineros públicos que, reciclados, vuelven a los bolsillos de la “corona” como privados, y permiten comprar bienes suntuarios o pagar campañas políticas. Más que una acabada confesión de delitos varios, la nota periodística asume las características claras de una advertencia: “no dejaré que llegue octubre para que, después del triunfo, el Gobierno me mande preso a mí solo; o me exculpan o imputan también a doña Hebe, don López, don Fatala y a los jefes de éstos”. ¿Qué dirá Shoklender cuando vaya, si lo hace, esta semana al Congreso?

Porque, como es obvio, el parricida no ha usado toda la munición de la que dispone para atacar al poder; si lo hubiera hecho, no tendría más armas en sus arsenales para continuar el combate, y habría perdido su última batalla. Además, la entrevista le sirve como garantía personal porque, a partir de ella, desde Olivos deben estar rezando para que ni siquiera se resfríe, ya que la autoría de cualquier daño que pudiera sufrir, parcial o total, les sería automáticamente endilgada.

El inefable don Oyarbide, a su vez, ha debido sacrificar su sábado bucólico para, después de meses de hacer la plancha, realizar allanamientos diversos pero, no por ello, llamar a indagatoria a nadie ni retirar a la Fundación Madres de Plaza de Mayo el papel de querellante, tan sospechosamente concedido. En realidad, lo que hizo fue detonar fuegos artificiales que le permitan sortear, con tranquilidad, el lapso que media hasta octubre o, mejor aún, hasta su jubilación.

El nuevo impulso que la verborrágica reaparición de don Sergio ha dado al maloliente escándalo ha permitido, también, tapar con centímetros y segundos el horroroso crimen de Candela. O, mejor, el otro escándalo que el asesinato desnudó.

El bueno de don Scioli, que no cesa de recitar su propio “relato” cada vez que le ponen una cámara delante, incluyendo la denodada lucha que, según él, lleva adelante contra el tráfico de drogas, con cifras crecientes de decomisos, parece ignorar que, con ello, está confesando que cada vez hay más droga circulando en la Argentina y, en particular, en el Conurbano.

La Policía reaccionó como sabe, “armando” la causa para dejar fuera a los verdaderos responsables del hecho, es decir, a los colegas y a los políticos que lucran con el tráfico, con la prostitución y con el juego. La Casa Rosada hizo lo mismo, o sea, un silencio de radio que, tantas veces en el pasado, le diera buenos réditos; basta recordar los “retiros espirituales” de los Kirchner en Calafate cada vez que se produjo un verdadero drama como, por ejemplo, Cromañón.

Doña Cristina, seguramente, hará pagar a alguien la responsabilidad por recibir a la madre de Candela, antes de conocer el terrible medio familiar en el que transcurrió la corta vida de la niña. Pero, como siempre, algunos “perejiles” serán imputados, luego liberados y el crimen –el verdadero, el profundo- quedará impune. ¿Es necesario recordar a Nora Dalmasso en este caso?

La Argentina está recorriendo un camino harto conocido, por el que ya pasaron Colombia, Brasil y México. Esa ruta ha sido mejorada, sin ninguna duda, por don Anímal Fernández y sus jefes, que se han negado a crear una barrera de radar en nuestras fronteras del norte y a enviar un proyecto para una “ley de derribo” como la que rige en Brasil y, ahora, por doña Garré, que ha retirado a los pocos gendarmes y prefectos que las custodiaban para transferirlos a un Conurbano que, pese a ello, cada vez sufre más la inseguridad cotidiana.

La imbécil –o provocada- carencia de una política migratoria en nuestro país, el único que conozco que ha derogado insensatamente todos los requisitos para el ingreso y la permanencia de extranjeros en su territorio, permite que la droga y la violencia se hayan radicado en las crecientes villas de emergencia, como ya sucedió en Rio de Janeiro. Allí, son nativos los traficantes mientras que, entre nosotros, parecen serlo los paraguayos y los peruanos indocumentados que, sin embargo, permiten ejercer el clientelismo, amén de pagar verdaderos peajes a la policía y a la política.

Me pregunto si la “confortable adiposidad” –como la definió Leopoldo Lugones- que hace que privilegiemos tanto el corto plazo, con el consumo desaforado que esta nueva convertibilidad de 4 x 1 nos permite, también hará que inmolemos el futuro de nuestro país. Porque los expertos dicen que, cuando el tráfico de droga y sus ganancias siderales se adueñan de un territorio, no solamente no lo abandonan más sino que, para conservar su poder, lo bañan en sangre si resulta necesario.

También me pregunto hasta cuándo estaremos a tolerar, sin inmutarnos siquiera, pagar estos impuestos que implican que de cada doce meses que trabamos, cuatro vayan a parar a las arcas de un Estado mafioso, capaz de matar a sus niños de hambre y desnutrición en el norte, de degradar a tal extremo la seguridad y el espacio público, en el cual carecemos de un sistema de salud digno y eficiente, de una educación pública que retrocede en calidad en todos sus niveles. Y que permite a sus funcionarios enriquecerse sin medida.

La respuesta no puede ser sólo la economía. Me niego a aceptarlo, porque tengo una mejor opinión de nuestra sociedad, porque no me resigno a perderla.

De nosotros solos depende el futuro. Un futuro complicado, a la luz de lo que ha sucedido en estos días y, sobre todo, en la “profundización del modelo” que se avecina.

De obtener el “cristinismo” el caudal de votos inéditos que las encuestas le auguran, dispondrá del control de ambas cámaras del Congreso –sea que se trate de legisladores propios o “adquiridos”- y, en la medida en que se han agotado las cajas a las cuales ha recurrido el Gobierno hasta el presente para financiar ese “modelo”, sólo cabe imaginar por cuáles irá ahora.

No debemos olvidar que don Néstor (q.e.p.d.) y doña Cristina han hecho trizas todas las instituciones, un trayecto que comenzaron haciéndole un verdadero golpe de estado a la Corte anterior, sin dejar ni un organismo de control en pie. Ahora, con todo el poder en sus manos, la propia República dejará de existir, si lo permitimos.






Bs.As., 11 Sep 11








domingo, 4 de septiembre de 2011

El regreso de Radio Colonia

El regreso de Radio Colonia












“Quienes son capaces de renunciar a la libertad










esencial a cambio de una pequeña seguridad










transitoria, no son merecedores ni de la










libertad ni de la seguridad”.
Benjamin Franklin












Nueva y trágicamente, los temas urgentes de la Argentina nos impiden ocuparnos de los importantes, vinculados con la necesaria reconstrucción de un país derrumbado por la demagogia y el populismo. Otra vez, entonces, deberé postergar el desarrollo de las ideas que enunciara, hace tiempo, en notas tales como http://tinyurl.com/4jqupmm, http://tinyurl.com/3qph6nf o http://tinyurl.com/42sya6w.

La conferencia de prensa que brindó esta semana -escudado detrás de su siniestra y habitual sonrisa- el Ministro del Interior, augura tiempos graves para la democracia a partir de las elecciones de octubre, cuando ya no resulte necesaria la piel de cordero que está utilizando, por estos días, doña Cristina.

Los industriales, que concurrieron en masa a acompañarla en Tecnópolis, encabezado por un obsecuente De Mendiguren, los sindicalistas, que ya ven temblar el liderazgo de don Hugo Moyano y sus cajas sindicales, y los políticos que, hasta el 14 de agosto, revistaban en el PJ Federal y que ya están buscando garrochas para saltar al campo oficialista, no son más que expresiones de uno de los más arraigados lemas vernáculos: “No nos dejen afuera”. La suma de esos componentes a los que provienen del progresismo compartido por radicales, socialistas, “gen-istas” y demás versiones vernáculas auguran un Congreso que, aún antes de las verdaderas elecciones, ya está dando muestras de sumisión y acompañamiento.

Don Randazzo dio cátedra al periodismo acerca de qué se puede publicar, que sólo debe ser “la verdad”, entendida ésta como lo que el Gobierno define como tal. Para este funcionario, los cronistas falsean la realidad, contradiciendo de forma artera al “relato” oficial, hasta cuando se limitan a reproducir dichos ajenos.

Olvidó don Florencio que las quejas y cuestionamientos acerca del desarrollo de las P.A.S.O. no fueron formulados por los cronistas sino por los propios jueces electorales –mal que le pese al inefable don Lorenzetti, Presidente de la Corte, que intentó desmerecerlos- y por los candidatos perdidosos. Sin embargo, embistió contra la prensa “monopólica”, “antidemocrática” y “destituyente” una vez más, en esta santa cruzada iniciada por don Néstor (q.e.p.d.) cuando, en 2008 y a raíz de la crisis del campo, rompió con Héctor Magnetto, hasta entonces un socio privilegiado del poder.

Los ataques de don Randazzo mostraron dos curiosidades: la primera, la exclusión del diario Perfil del universo de los medios cuestionados; la segunda, la calificación a La Nación como “monopólica”, cuando sólo tiene un diario. Tal vez, Fontevecchia, dueño de la editorial redimida, haya pagado su viraje hacia el renovado sol “cristinista” con su editorial del domingo anterior.

En esa inusual pieza, “El Perro”, don Jorge hizo una verdadera apología de don Horacio Verbitsky, llegando al extremo de contar que, pese a que nunca había trabajado con él, siempre estaba vigente esa posibilidad. La constatación de esta nueva inclinación de Fontevecchia, y su descubierta debilidad por este verdadero “comisario político”, sólo puede tener dos explicaciones: el miedo a perder la libertad, o el miedo a perder sus empresas. En cualquier caso, el miedo.

Esa es la razón del título de esta nota. Quienes cuentan en sus espaldas con tantos años como quien esto escribe deben recordar la época en que, para conocer opiniones e historias distintas al “relato” de entonces, los argentinos no teníamos otro remedio que sintonizar Radio Colonia. Por otra parte, aún quienes son mucho más jóvenes tienen frescas en la memoria las crónicas triunfalistas que los medios argentinos emitían durante la Guerra de Malvinas, mientras nuestras heroicas tropas eran masacradas por el enemigo.

Argentina es un país que, por obra y gracia de casi todos sus gobiernos, carece de instituciones fuertes. La enorme concentración de poder que traerán aparejadas las próximas elecciones hará que desaparezca el escaso –casi nulo- control que el Congreso y los Tribunales pudieron ejercer hasta ahora. De allí al monólogo oficialista hay sólo un paso.

Don Florencio, que hoy integra un gobierno que conduce el mayor multimedios de la Argentina y que ha confundido canales públicos con oficialistas a ultranza, debería recordar, con más frecuencia, esa frase atribuida al Gral. Perón en el exilio: “Ganamos con toda la prensa en contra, y nos echaron con toda la prensa a favor”. O mejor otra, dicha por Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todos poco tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todos todo el tiempo”.

Porque mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquellos tiempos en que era necesario sintonizar la radio uruguaya o recurrir a la onda corta para escuchar voces provenientes del extranjero. No le resultará fácil a don Randazzo –ni siquiera China lo está logrando, y Egipto y Libia son una prueba de ello- controlar Internet, Facebook y Twitter, y la pluralidad de expresiones seguirá siendo un bien adquirido en forma permanente por los argentinos.

El otro tema tremendo de la semana fue el asesinato de Candela. Con el desarrollo de los hechos y de las investigaciones se han llenado columnas y minutos de televisión en el mundo entero; no debo ser yo, entonces, quien se ocupe de esos aspectos de esta tragedia.

Todos la oposición guardó un prudente y respetuoso silencio, y prácticamente no hubo voces que hicieran un uso político del crimen y de sus causas. La única excepción fue el propio Gobierno, tanto nacional como provincial.

En su afán por despegarse de la conmoción provocada por el secuestro de la niña, doña Garré, Ministro de Seguridad de la Nación, hizo mutis por el foro y desapareció por completo de la escena. Con la aparición del cadáver, la señora de Kirchner –que había recibido con gran pompa a la madre de Candela- se llamó al silencio con el que siempre acompaña los sucesos realmente graves y conmocionantes, y su entorno se dedicó, con fervor, a endosar la responsabilidad exclusiva a don Danielito.

Éste, por su parte, hizo lo propio, descargando la culpa en el delincuente entorno familiar de la niña y olvidando que la seguridad de Candela debía ser garantizada por el Estado, para intentar hacer olvidar su inoperancia, o su complicidad.

La realidad es bien distinta: la responsabilidad es de ambos gobiernos. La Argentina, mal que le pese a don Anímal Fernández, ya ha sido pasto de los mercados de la droga, de los cuales se sospecha participación de algunos funcionarios relevantes, con todas sus expresiones y consecuencias. Operan aquí mafias mexicanas, peruanas, colombianas y bolivianas; se importa, se refina y se exporta cocaína; se producen drogas sintéticas; sus subproductos –sobre todo, el paco- se venden y están haciendo estragos entre los estratos más humildes y desamparados que, además, delinquen para financiar su consumo; se lava dinero de todas las procedencias.

Parece mentira que el don Scioli, que tanto se enorgullece por la mayor cantidad de droga secuestrada, no perciba que está reconociendo, a la vez, que cada vez hay más droga circulando. Parece mentira que don Anímal sostenga que la radarización y la sanción de la “ley de derribo”, no resultan necesarias. Parece mentira que, con fines meramente electoralistas, doña Nilda desguarnezca nuestras fronteras para trasladar gendarmes al Conurbano. Parece mentira que los argentinos toleremos la corrupción rampante, y que los enriquecidos funcionarios que nos gobiernan ni siquiera la oculten. Parece mentira que, en pleno siglo XXI, la Argentina no encuentre remedio para combatir estos males, comenzando por purificar la Justicia federal.







Básicamente, parece mentira que nuestra sociedad se haya convertido en un consorcio en que lo único que importa sea “salvarse” individualmente; sea privilegiar el hoy aunque el precio sea el mañana; que contempla impávido como, cada vez, se hunde más en el fango.

Que no seamos capaces de reeditar las grandes gestas que los argentinos protagonizamos en el pasado; esas causas –muchas a favor del prójimo- que hicieran que, con mérito, “los libres del mundo responden: al gran pueblo argentino, ¡salud!” .








Bs.As., 4 Sep 11


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